I. IDENTIDAD
1.- El Proyecto de Vida del Movimiento Familia Albertiana presenta un modo de seguir a Jesús desde el Evangelio y el carisma de Alberta Giménez, fundadora del Instituto de Religiosas de la Pureza de María, respondiendo así al sentir de la Iglesia, que nos invita a compartir y enriquecer los carismas que el Espíritu nos da para el bien común.
2.- Los miembros del MFA nos sentimos llamados por el Espíritu a vivir nuestra propia vocación laical.
3.- Somos una familia espiritual centrada en la Eucaristía. Nuestro modelo de vida cristiana es la Familia de Nazaret.
4.- Queremos vivir en comunión de ideales, unidos por vínculos de sincero afecto, en un ambiente de sencillez, respeto y cariño, compartiendo lo que somos con alegría, dando testimonio en nuestra vida del amor a Dios y a los hermanos.
II. LÍNEAS DE ACTUACIÓN
Proponemos para el laico comprometido tres líneas de actuación: espiritualidad, compromiso apostólico y formación.
ESPIRITUALIDAD
5.- La vida espiritual es un largo camino que ayuda y transforma a la persona, mejora las actitudes interiores y favorece la madurez integral. La espiritualidad consolida nuestra vocación y nuestra misión, otorga plenitud a nuestro ser y afianza nuestra identidad.
6.- La espiritualidad en clave albertiana:
La espiritualidad cristiana es un don de Dios que, en el seno de la Iglesia, nos ayuda a descubrir la voluntad de Dios en nuestra vida, siguiendo el ejemplo de Alberta Giménez, quien manifiesta: “No quiero nada más que cumplir la voluntad de Dios en todo y siempre”[1].
Intentamos expresar con nuestra conducta las actitudes que vivió Alberta Giménez: Vida iluminada por la fe[2], abandono en las manos de Dios, rectitud de intención, amor activo, confianza en Dios, fortaleza de ánimo[3], disciplina interior, alegría permanente, perdón sincero y defensa de la justicia. Queremos ser constructores de paz en nuestro propio ambiente familiar, profesional y social.
Por todo ello, nuestra espiritualidad:
a) Se centra en Jesucristo. Los miembros del MFA estamos convencidos de que nada podemos si no estamos unidos a Él.
b) Se enraíza en la “Palabra de Dios”, meditándola diariamente.
c) Se refuerza en la oración personal y comunitaria. Nuestra oración es sencilla, confiada, alegre, impregnada de ardor apostólico en conexión con la vida. “Mucha oración, que todo bien nos ha de venir por ella”[4]. Enriquecemos nuestra vida interior y apostólica con espacios para compartir, reflexionar, orar y revisar la vida sugeridos por el propio Movimiento.
d) Se reafirma en la experiencia sacramental:
La Eucaristía alimenta nuestra vida. Procuraremos participar en ella como comunidad al menos una vez al mes.
En la Reconciliación encontramos la misericordia del Padre, que imprime a nuestra vida una dinámica de continua conversión y nos hace crecer en la capacidad de perdonar.
Participamos activamente en la liturgia y valoramos las formas de piedad popular que pueden enriquecer nuestra vida espiritual.
e) Se identifica con María, Virgen de la Pureza, a quien tenemos como Madre y modelo de nuestra oración. Ella, prototipo del creyente, vivió en actitud permanente de escucha e interiorización de la Palabra de Dios, abandonada a la acción transformadora de su Hijo. Como la Virgen, nosotros nos abandonamos a la acción del Espíritu, a fin de que, transformados en Cristo, por la intercesión e imitación de María, nos hagamos, como Ella, portadores del mensaje de Cristo y de su vida, a los hombres, nuestros hermanos[5].
f) Se inspira en la espiritualidad ignaciana[6]. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio constituyen una fuente significativa de nuestro carisma y nuestra espiritualidad.
g) Se alimenta del amor, que se convierte en el motor de nuestras acciones. El amor nos abre a la realidad del prójimo. Sólo el amor nos puede dar esa mirada nueva que, desde los ojos misericordiosos de Dios Padre, descubre la propia existencia y las necesidades de los demás. Por medio de la espiritualidad albertiana aprendemos a ver el rostro humano de Cristo en nuestros hermanos, especialmente en todos los que sufren y buscan un sentido a sus vidas.
7.- El acompañamiento espiritual personalizado y comunitario es un instrumento privilegiado para poder discernir lo que Dios nos pide a cada uno. Las religiosas del Instituto, sacerdotes cercanos al movimiento y laicos debidamente preparados nos ofrecen el espacio y tiempo para ello.
8.- Los miembros del Movimiento Familia Albertiana nos sostenemos en los momentos duros, problemas, desencuentros, aridez personal, o cuando se viven experiencias familiares difíciles. Es la potencia del amor comunitario la que nos da el consuelo y las fuerzas para seguir el camino. A su vez, queremos ser aliento, brisa y apoyo para vivir la fe y la comunicación con verdadero espíritu de familia. “Todos los miembros tienen la responsabilidad de construir la comunidad, según sus talentos y posibilidades, seguros de que labraremos nuestra felicidad a medida que labremos la de los demás, y que si hay algo bueno en nosotros, Dios nos lo ha dado para el bien de la comunidad”[7].
[1] CPM, Pensamientos Espirituales, 1984, Nº 192.
[2] “Seguiré constantemente las huellas de Jesucristo y no le abandonaré”. CPM, Pensamientos Espirituales, 1984, Nº 90.
[3] “Confianza y buen ánimo!. JUAN, M.: Cartas, Alberta Giménez, 1980, 4.7.1892.
[4] JUAN,M.: Cartas, Alberta Giménez, 1980. 4.7.1892.
[5] Cfr. Constituciones Pureza de María, 1980, actualización de 2009, Nº 34.
[6] La espiritualidad ignaciana supone un proceso de transformación de la persona, debido a la actuación de la gracia, que nos dispone a centrar nuestra vida en el seguimiento a Cristo, buscando hallar la Voluntad de Dios en todas las cosas.
[7] Constituciones Pureza de María, 1980, actualizadas en 2009, Nº 72.
Más información general del Movimiento en: http://familialbertiana.org/